Sus manos fuertes y curtidas cogieron mis frágiles manos, no recuerdo sus palabras exactas pero recuerdo que ambos tocamos la tierra, respétala, cuídala, ámala, no hace falta recordar las palabras.
Regresábamos de la recogida de paja, encaramados en lo alto de la pila de alpacas del remolque del tractor, "sujétate bien fuerte a las cuerdas no te vayas a caer" y apretaba mis pequeñas manos en la cuerda como si la vida me fuese en ello, mientras disfrutaba del vaivén de la pila de alpacas acompasado por las baches del camino, arriba se veía todo de otra manera, se veía como en realidad es, pues no existían los miedos, no existía el pasado, no existía el futuro, te sentías capaz de todo, la esencia del ser de un niño en todo su esplendor.
Recogíamos leña juntos y me preparaba un atadillo en la espalda para llevar los troncos mas finos.
Las seis vacas tenían su propio nombre, recuerdo especialmente a Careta y a Morucha, la leche que bebíamos en casa siempre era de Careta pues daba la mejor leche, por supuesto ordeñada a mano, quien podría pensar que años mas tarde los lácteos me sentaran mal, ahora creo que los lácteos no son perjudiciales, es la “mala leche” porque las vacas no son cuidadas con amor y nos dan lo que les damos “mala leche”.
La mirada de una vaca no se olvida, igual que no se me olvida el cariño con el que eran tratadas, y como nos lo devolvían, me gustaba cambiarlas de prado, con la vara que me había preparado mi abuelo, cuando tuve la altura suficiente para abrir la portera alguna vez me tocaba llevarlas solo y chiscaba detrás de ellas como mi abuelo.
Grandes recuerdos atrapados de sencillez, naturaleza, amor, presente…
Gracias Abuelos